jueves, 18 de diciembre de 2008

"Noches de boda" Joaquín Sabina

Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas,
Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.
Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.
Que no se ocupe de tí el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.


jueves, 11 de diciembre de 2008

Poema de Macedonio Fernández


Amor se fue;
mientras duró a todo hizo placer.
Cuando se fue
nada dejó
que no doliera.

sábado, 6 de diciembre de 2008

"Calle melancolía" Joaquín Sabina

Como quien viaja a lomos de una yegua sombría,
por la ciudad camino, no preguntéis adónde.
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día,
y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden.
Las chimeneas vierten su vómito de humo
a un cielo cada vez más lejano y más alto.
Por las paredes ocres se desparrama el zumo
de una fruta de sangre crecida en el asfalto.
Ya el campo estará verde, debe ser Primavera,
cruza por mi mirada un tren interminable,
el barrio donde habito no es ninguna pradera,
desolado paisaje de antenas y de cables.
Vivo en el númeor siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.
Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido,
que viene de la noche y va a ninguna parte,
así mis pies descienden la cuesta del olvido,
fatigados de tanto andar sin encontrarte.
Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama;
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.
Trepo por tu recuerdo como una enredadera
que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy
esa absurda epidemia que sufren las aceras,
si quieres encontrarme, ya sabes dónde estoy.
Vivo en el númeor siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.


Oliverio Girondo

Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1891, en el seno de una familia adinerada que le procuró una esmerada educación en importantes centros educativos europeos.
Estudió Derecho, y muy pronto, a raíz de sus contactos con los poetas exponentes de la vanguardia europea, publicó en 1922 su primer libro de poemas, «Veinte poemas para ser leídos en el tranvía», seguidos luego por «Calcomanías» en 1925, «Espantapájaros» en 1932, «Persuasión de los días» en 1942, «Campo nuestro» en 1946 y «En la masmédula» en 1954, obra que constituye en su trabajo más audaz en el campo de la poesía.
Al iniciarse la década de los años cincuenta, guiado por su interés en las artes plásticas, incursionó en la pintura con una marcada tendencia surrealista, gracias a su profundo conocimiento de la pintura francesa.
En 1961 sufrió un grave accidente que le disminuyó sus condiciones físicas. En 1965 viajó por última vez a Europa y a su regreso a Buenos Aires, falleció en 1967.


sábado, 29 de noviembre de 2008

"Los Desiertos reales" de Edgar Bayley


no hay palabras para elogiar a esta magnolia

tampoco hay forma de destruir las palabras

ni el oficio de florista.

(Guarden compostura:

en la soga de colgar se agita la flor blanca)

una tez de flores de cerezo:

la última gota de sangre

los desiertos reales

los mares imaginarios

no pueden compararse a esta magnolia.

viernes, 28 de noviembre de 2008

León Ferrari, su obra

"El puñal" de J.L. Borges

En un cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal.
Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.


Poema - Carles Duarte I Montserrat

La arena entre los dedos

te resuena en la piel

un tacto que precisas,

una corteza de labios y de piedras,

y, tras los ojos,

precipicios sobre el mar.


En la despensa de las miradas,

que proteges del viento

como un tesoro frágil,

te resguardas del odio,

y la sangre, sin aliento,

enjuaga las palabras

y el dolor que se esparce.


Se escapa inalcanzable

y no puedes detenerla:

la arena se lleva

la mano que tanto has deseado;

no abandones la ternura

que guardabas en ella

hasta que la muerte te crezca

entre los dedos

y el olvido empiece a derruirte,

entonces se sabrá quién has sido.



domingo, 23 de noviembre de 2008

"De la Fantasía" de María Luisa Mazzola


Demasiado frío para un amanecer de septiembre. La bruma cubre el bañado con su lúgubre manto de apelmazada mortaja. Así debe ser la Muerte, agazapada, blanca, helada y final.


Hace ya más de tres horas que el cazador espera su presa. En el exacto momento en que el primer rayo de sol se filtra entre los matorrales, comprueba su rifle por última vez. Un arma bien dispuesta, se dice a sí mismo, austera y eficaz, certera en sus manos.


Por fin escucha la razón de su vigilia: el ancestral sonido de la vida. Se prepara. Apunta. Dispara. Y espera.


Un instante eterno. Después, el chapoteo en la ribera seguro ensangrentada. Gemidos, agónicos gemidos de la bestia sin futuro. Todo indica el final de su jornada. Se muere el último unicornio.


Su asta legendaria es ahora un pisapapeles sobre el escritorio de la hija literata del cazador. Ella escribe un ensayo sobre el fin de la fantasía.


Sobre el error II

Nadie es más grande que quien está dispuesto a que le

señalen sus errores.

- Dave Barry


Los errores son inevitables. Lo que cuenta es cómo

respondemos a ellos.

- Nikki Giovanni


El error es la disciplina a través de la que avanzamos.

- William Ellery Channing


El error es un arma que acaba siempre por dispararse

contra el que la emplea.

- Concepción Arenal


Cita siempre errores propios antes de referirte a

los ajenos.

- Noel Clarasó


El hombre que ha cometido un error y no lo corrige,

comete otro error mayor.

- Confucio


La vergüenza de confesar el primer error,

hace cometer muchos otros.

- Jean de la Fontaine


Sólo se reconoce el error cuando todo el mundo

lo comparte.

- Jean Giraudoux


Cada vez que cometo un error me parece descubrir

una verdad que no conocía.

- Maurice Maeterlinck


Los errores ajenos proporcionan los medios

para descubrir la verdad.

- John Selden