Un espacio para compartir literatura propia y ajena. Un rincón donde encontrarnos y buscar lo que gusta, emociona o, por qué no, decepciona. Un sitio pensado para conectarnos con las musas que nos habitan.
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del congreso internacional de lingüítica y afines, la hermosa taquígrafa regogió sus lápices y sus papeles y se dirigó a la salida abiéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, eniólogos, críticos estructuralistas y deconstruccionalistas, todos los cuales siguieron su barboso desplazamiento con una admiración rallana en la grosemática. De pronto, las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica: ¡Qué sintagma, qué polisemia, qué significante, qué diacronía, qué centrar ceterorum, qué zungespitze, qué morfema! La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonémas. Solo se la vió sonreír, alagada y, tal vez, vulnerable, cuando el jóven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ¡Cosita linda!
Creí dominar el arte de las transformaciones, pero no era más que un aprendiz de brujo. Un pequeño error, un gesto equivocado en el momento del conjuro y heme aquí cuesta abajo en la rodada, hoy pato, mañana cucharita, montaña, arveja, premolar o polvo edulcorante. Y ahora, precisamente ahora, cuando por fin he logrado controlar tanta locura, reducirla a la ínfima sutileza de un cambio de opinión, ahora es cuando se quejan, absurdos, mis votantes.
En tu alcoba techada de ensueños, haz derroche De flores y de luces de espíritu; mi alma, Calzada de silencio y vestida de calma, Irá a ti por la senda más negra de esta noche. Apaga las bujías para ver cosas bellas; Cierra todas las puertas para entrar la Ilusión; Arranca del Misterio un manojo de estrellas Y enflora como un vaso triunfal tu corazón. ¡Y esperarás sonriendo, y esperarás llorando!... Cuando llegue mi alma, tal vez reces pensando Que el cielo dulcemente se derrama en tu pecho... Para el amor divino ten un diván de calma, O con el lirio místico que es su arma, mi alma Apagará una a una las rosas de tu lecho!
En esta pieza de alquiler fue citada por el hombre que había sido su marido; y queriendo tenerla, queriendo quedársela, él la amó y la mató y se mató.
Publican los diarios uruguayos la foto del cuerpo que yace tumbado junto a la cama, Delmira abatida por dos tiros de revólver, desnuda como sus poemas, las medias caídas, toda desvestida de rojo:
—Vamos más lejos en la noche, vamos...
Delmira Agustini escribía en trance. Había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos, y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un privilegio masculino. En el Uruguay marchan las leyes por delante de la gente, que todavía separa el alma del cuerpo como si fueran la Bella y la Bestia. De modo que ante el cadáver de Delmira se derraman lágrimas y frases a propósito de tan sensible pérdida de las letras nacionales, pero en el fondo los dolientes suspiran con alivio: la muerta muerta está, y más vale así.
Pero, ¿muerta está? ¿No serán sombra de su voz y ecos de su cuerpo todos los amantes que en las noches del mundo ardan? ¿No le harán un lugarcito en las noches del mundo para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes?