Un espacio para compartir literatura propia y ajena. Un rincón donde encontrarnos y buscar lo que gusta, emociona o, por qué no, decepciona. Un sitio pensado para conectarnos con las musas que nos habitan.
En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano. Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina. Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre. En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres. A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.
Demasiado frío para un amanecer de septiembre. La bruma cubre el bañado con su lúgubre manto de apelmazada mortaja. Así debe ser la Muerte, agazapada, blanca, helada y final.
Hace ya más de tres horas que el cazador espera su presa. En el exacto momento en que el primer rayo de sol se filtra entre los matorrales, comprueba su rifle por última vez. Un arma bien dispuesta, se dice a sí mismo, austera y eficaz, certera en sus manos.
Por fin escucha la razón de su vigilia: el ancestral sonido de la vida. Se prepara. Apunta. Dispara. Y espera.
Un instante eterno. Después, el chapoteo en la ribera seguro ensangrentada. Gemidos, agónicos gemidos de la bestia sin futuro. Todo indica el final de su jornada. Se muere el último unicornio.
Su asta legendaria es ahora un pisapapeles sobre el escritorio de la hija literata del cazador. Ella escribe un ensayo sobre el fin de la fantasía.