viernes, 22 de octubre de 2010

"La canción del gato que quería trepar a la luna"- Lucas Carrasco


Como lo imposible le era ajeno, insistía en subirse a la ventana y saltar, hasta donde pudiera. Nunca pudo sentarse en ese plato de luz que lo miraba, al contrario, se llenó de golpes contra el tacho de la basura y la vereda, pero lo seguía intentando. Enfrente de la casa abandonada desde donde el gato saltaba, vivía un músico negro que componía jazz. Un día, mirándolo saltar noche tras noche, hizo la canción del gato que quería trepar a la luna.
La canción era, como el jazz, melancólica y fluida, con una cadencia misteriosa y algo inatrapable. Cada vez que veía al gato, por la noche, trepar a la ventana, el negro se ponía los anteojos de sol, sacaba la trompeta y tocaba, con su propia ventana abierta.
El gato se acostumbró a escuchar la trompeta, la misma canción, cada vez que miraba a ese redondo de luz y saltaba. Noche tras noche de luna, el gato saltaba intentando sentarse sobre la luna, mientras escuchaba la misma melodía.
El negro enfermó y murió.
Estuvo tres días encerrado en su habitación, solamente el gato sabía que había muerto, porque trepó por la ventana y se quedó al lado de la cama.
Al negro se lo llevó la municipalidad cuando el olor se volvió insoportable. No hubo velorio y lo enterraron en una fosa común. Nadie preguntó por él. El gato siguió, desde detrás y jadeando, la furgoneta municipal. Se quedó atrás, mirando cómo enterraban al negro.
Todos los días, el gato visita la tumba del negro, mira la luna parado ahí, en el cementerio. No sabe que es la misma luna, pero sabe que nunca la alcanzará. Ya no hay música. El gato nunca sintió que había perdido la luna, el gato sintió que había perdido la música. Fue el primer gato que aprendió filosofía.