
Se extinguió mi castigo,
cuando llegaste como madeja y sin huellas.
Mi piel estaba yerta
y las pálidas arterias eran viudas del tiempo.
Los orificios de las frutas y las flautas
vivían obstruidos
por la bruma del tiempo sin frases.
Con tu abanico de besos
se inclinó mi ánfora
y sentí las grullas beber de mi fuente,
el exquisito líquido púrpura
que zigzaguea por mis venas.
Disipo
y me aferro
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