lunes, 10 de noviembre de 2008

"La prueba" de Carmen Rolandelli

-¡Por ese trapo rojo de mierda!- gritó Julia, mientras se la llevaban.

Había sido precavida; nada de libros, no más que los manuales del alumno bonaerense que las editoriales mandaban periódicamente a los docentes. El Quijote no podía ser sospechoso, aunque pensándolo bien -se dijo para sí- pero se resistió a tirarlo; los discos de los Quilapayún (le costó desprenderse de la cantata a Santa María de Iquique), varios números de Estrella Roja y hasta los cuadernillos de Crisis; sobre todo el reportaje a Neruda y “El gran Orinador”(muy sospechoso por cierto, podría emular a algún aprendiz de dictador). Todo fue a parar a la parrilla la semana anterior. La casa estaba limpia, nada que la comprometiera. Si no fuera por esa maldita bandera de remate que su padre había usado para tapar el agujero de la chapa.

El tipo de verde miró hacia el techo y con un gesto de enorme complacencia ordenó que bajaran la prueba de la felonía.

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