martes, 11 de noviembre de 2008

"Monólogo de una neurótica" de María Luisa Mazzola

Así en la historia como en la literatura pululan épicos relatos de buenos hombres luchando contra malos hombres, justos contra injustos, sabios que iluminan la oscuridad provocada por los necios. Hombres luz contra hombres sombra, la eterna lucha…
Y cuando digo hombres entiéndase humanidad toda, incluidas las mujeres, humanas al fin, aunque algunos masculinos (genéricamente hablando, claro está) todavía no lo asuman, ya que la ciencia, preocupada por otros menesteres más loables (tales como clonar ovejas), continúa sin manifestarse ni a favor ni en contra, aduciendo la ya consabida y célebre frase: “¿Quién entiende a las mujeres?”.
Pero me he desviado de la cuestión…(cuestión, cuestión… que palabrita tan inasible, tanto como la mismísima “cosa”, ¿qué cosa, no?... cosa sirve para tantas cosas, que hasta yo soy, he sido y seré una cosa… a pesar mío, pero… y no hay nada más terrible que ser una cosa, o ser una cuestión que es casi lo mismo)... Otra vez me fui, pero qué bueno que puedo volver al camino. Al BUEN CAMINO, porque no es cuestión -o cosa- de tomar por el malo, (camino, se entiende) sobre todo cuando una empieza a discursear (discursear, ¿no es una palabra con aroma?...)
Decía…, a discursear sobre la importancia de portarse bien, o de por lo menos intentarlo, a pesar de nuestros propios deseos, a pesar de nuestras más impronunciables pulsiones, a pesar de nuestras más acuciantes necesidades…
Y es entonces cuando cometemos el más terrible atentado contra nuestra lucidez: traicionarnos. Sí, traicionarnos, a nosotros mismos, (valga la redundancia). Si fuera creyente diría que es el más terrible de los pecados que podemos cometer.
Más triste aún, esta traición no viene acompañada (como cualquier buena traición que se precie) del ancestral y subrepticio placer nacido de nuestra condición inevitablemente humana: disfrutar del dolor ajeno. Y eso mientras ponemos nuestra más compungida faz de buen samaritano, condolidos del sufrimiento del otro, ese otro que mañana, tal vez, podríamos ser nosotros, oh, qué pena, qué sensación de tierna angustia, qué regocijo… de última, qué goce, qué perverso y humano goce… Pero eso no se le hace a quien te quiere ni tampoco a quien no te quiere, según lo manda la santa palabra mientras bendice las picanas. Ya… Y otra vez, me fui por las nubes de Úbeda (¿se acuerdan de las nubes de Úbeda?). Yo me acuerdo… claro, hablaba de traiciones…

3 comentarios:

Andrea dijo...

que parece que las mujeres somo expertas en traicionarnos, digo: autoboicotearnos, como si la posibilidad del deseo se dejara escapar por todos los poros

Anónimo dijo...

ay luicita luicita! es verdad que es completamente propio de un neurótico este texto. Pero, ahora te pregunto yo, ¿no está bueno hacernos los locos de vez en cuando?, ¿no se nos perdonaría así la constante impositiva de hacer lo que debemos?
Además si somos neuróticos, y nos planteamos lo que planteas vos en el texto, es genial serlo.
Considero que es una cuestión de la dualidad humana, hacer el bien o/y el mal. Se nos planteó siempre el bien como un deber, por lo tanto deseamos siempre hacer el mal, porque es la cuota de rebeldía que le da color al día, pero qué pasaría si fuera a la inversa.
El tema de la justicia y la injusticia, la bondad y la maldad de los hombres, entre varios adjetivos que nombraste, es relativo y muchas veces marcados por las hazañas a lo largo de la historia. Y otra vez la dualidad.
Es el problema de la existencia humana el tener que vivir para el bien , con una tendencia hacia el mal. Creo que es mejor que nos pensemos como seres libres, que nos educamos para ser de nostros mismos lo mejor que podamos.
(mi humilde punto de vista)

P.D: Me encanta este espacio, escribí una poesía que me gustaría mostrarte, la llevo a Chapa (nose cuanto) jajaja.


Paz (taller de teatro de la Escuela de Estética)

Anónimo dijo...

publico como anónimo porque no tengo cuenta en blogger y además no me llevo muy bien con la tecnología.

PAZ.-